En esta época de globalización, la singularidad se ha convertido en un símbolo de excelencia buscada y deseada, y la personalización, un valor en sí misma. En educación estamos insistiendo desde hace mucho tiempo en la necesidad de seguir caminando hacia un modelo cada vez más personalizado, que ayude a nuestros alumnos a adquirir las competencias para aprender a lo largo de toda su vida, imprescindibles para responder a los retos de nuestra sociedad en cambio constante. Comparto los principios del Dr. Víctor García Hoz, que señala que esta educación personalizada para la vida tiene 3 puntos de partida:

  • la singularidad, es decir, reconocer que cada niño tiene su ritmo, sus capacidades y su vocación, como invitación a la tolerancia, a respetar la individualidad de cada uno;
  • la apertura, que significa afirmar que el hombre se hace persona cuando es capaz de salir de sí para entrar en relación con el mundo, con los otros hombres y con Dios; y finalmente,
  • la autonomía, que supone enseñar a los alumnos a ser responsables de su propia libertad, a tomar decisiones y asumir responsablemente sus consecuencias, superando el individualismo para concentrar el sentido de la propia vida en la vida compartida con otros.

Por todo ello, hoy más que nunca, se requiere un estilo pedagógico que potencie nuevas formas de interacción profesor-alumno en el proceso de enseñanza-aprendizaje, que desvele las inteligencias y potencialidades de cada alumno, estimulando la implicación y el esfuerzo, adecuando la enseñanza a su ritmo y estilo de aprendizaje, desde una metodología que ponga en práctica la búsqueda y la pregunta, para adaptarnos no sólo a las necesidades sino también a sus intereses. Y todo ello en clave de innovación sostenible, porque nuestro entorno educativo ha cambiado, y no podemos seguir funcionando con las mismas respuestas. Innovar es una forma diferente de abordar las cosas, pero necesariamente teniendo en perspectiva nuestra trayectoria y experiencia, y la colaboración con otros.

Así es como cobra todo su sentido la elección por parte de los alumnos de su recorrido por los paisajes de aprendizaje. Estos nos posibilitan generar estrategias pedagógicas donde trabajemos contenidos y metodologías acordes a todo lo que ocurre alrededor de nuestro contexto social, cultural, y tecnológico, y nos permiten escuchar la voz de los alumnos en el currículo y la evaluación (que surge como auténtica fuente de aprendizaje, y no sólo como control de resultados), cuando es tan importante adaptar la programación de la enseñanza a las necesidades de cada uno, enfatizando la equidad y asegurando que todos tengan las mismas oportunidades de tener éxito. De ahí, otra de las ventajas de trabajar en los paisajes es que permiten que los alumnos sean investigadores y partícipes de su desarrollo, poniendo en práctica sus destrezas y creatividad, aprendiendo cooperativamente con los compañeros, y siendo protagonistas de todo el proceso. También activan en nuestros alumnos la capacidad de aprender a pensar, y qué duda cabe que también su autonomía, responsabilidad, apertura,… y trascendencia. Pero para poder diseñar estas valiosas experiencias de aprendizaje que conecten con los intereses de los alumnos, los centros educativos han de diseñar una determinada cultura organizativa haciendo uso de su autonomía pedagógica, organizativa y de gestión, que preste especial atención a la organización pedagógica del centro y del aula, y teniendo en cuenta los espacios y tiempos disponibles.

Por eso, es fundamental que reflexionemos juntos sobre las estrategias de innovación que debemos poner en marcha en nuestras instituciones, centros y aulas para mejorar las oportunidades de aprendizaje de cada uno de nuestros alumnos, quienes forman parte de una sociedad que espera de ellos que sean personas íntegras, que continúen el viaje por la vida persiguiendo los sueños que construyan un mundo mejor para todos

Irene Arrimadas
Directora del Departamento de Innovación Pedagógica de Escuelas Católicas

@iarrimadas

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