Ya están los motores del nuevo curso en marcha, y os invitamos a abordarlo desde la orientación que nos acompaña desde el año pasado: el Jubileo de la Esperanza. En noviembre será el encuentro en Roma del mundo educativo y, desde Escuelas Católicas y la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura, nos han llegado unas propuestas para celebrarlo en nuestros coles.
Más allá de ello, os invitamos a reconocer la esperanza viva que ya está moviendo la vida en nuestros centros e instituciones. Como peregrinos de la esperanza, os animamos a hacer un viaje de reconocimiento de nuestra esperanza y de cómo la escuela católica la vive y la contagia. O al menos puede hacerlo.
La escuela sigue siendo el espacio seguro donde niños y niñas comienzan a descubrir la realidad. Una enorme ventana que nos permite conocer la realidad que nos rodea, a la que pertenecemos, y las múltiples maneras de acercarnos a ella. Ese lugar en el que nos relacionamos más allá de nuestra familia y donde comenzamos a ocupar nuestro lugar en el mundo.
Las aulas de nuestros centros son “laboratorios de relaciones” donde cada persona se descubre, interacciona y aprende a relacionarse con lo distinto. Es aquí donde el alumnado, grande y pequeño, aborda el reto de la diversidad creciente que somos. No solo la multiculturalidad, también la diversidad propia de nuestro ser únicos, de descubrir y agradecer cada persona como regalo y misterio que es en sí misma. Las aulas generan un estilo de relaciones que se funda desde el respeto profundo a la dignidad de cada persona, la riqueza de construir juntos desde las potencialidades de cada uno, y la humildad para reconocer nuestros límites y la necesidad que tenemos de los demás.
La escuela católica ofrece a Jesús, cuida el encuentro de cada niño y joven con Él para conocerlo y amarlo. Es testimonio vivo de una manera de relacionarse, de una mirada al mundo muy concreta, de opciones para acoger y construir lo cotidiano y cercano desde unos valores definidos. Acompaña al alumno a construir una relación con Jesús en la que sentirse profundamente amado y acompañado, sostenido en todos los momentos de su vida y enviado, con su confianza y la fuerza de su Espíritu, a la vida.
En esta relación con Jesús, la escuela hace vida el amor misericordioso que nos regala. Tantas horas durante tantos días hace que la escuela también acoja el conflicto, las discusiones, la necesidad de ejercitarnos en el diálogo no violento y el perdón. Desde la creciente experiencia de ser perdonados por Jesús, traducida en el contexto de la escuela, nos ayuda a crecer como personas misericordiosas.
También la escuela acerca a los niños y jóvenes la realidad de las personas más vulnerables. La hace conocida y así genera la urgencia de nuestra respuesta a su necesidad. El contacto con la necesidad de tantas personas de nuestro entorno, a veces invisibles desde nuestras casas, educa la sensibilidad hacia el prójimo, la empatía, y la responsabilidad de cuidarnos como parte de una misma familia. Ayuda a reconocer en el alumnado las capacidades que tiene y la decisión libre de ponerlas al servicio del Reino de Jesús.
Esta propuesta del seguimiento a Jesús no es solo para alumnos y sus familias, sino también para todos los que trabajamos en la escuela católica. La manera de cuidar a los compañeros, de organizarnos como centros, de compartir la responsabilidad y el liderazgo de la tarea educativa, de ofrecer propuestas formativas y de crecimiento personal para los profesores… La escuela también es esperanza para el claustro desde las opciones de organización interna que toma.
La escuela acompaña y guía, en la medida que se puede, a tantas familias que viven el reto de educar a sus hijos. Para las familias, la escuela es interlocutora con la que comprender lo que los niños viven, buscar los apoyos que necesitan los hijos y los que como padres necesitamos.
También es interlocutora con la sociedad. La escuela, por la misión que tiene, trabaja en red con múltiples áreas de la sociedad. Es detectora de realidades que necesitan mayor atención y apoyo. Es acogedora y acompañante de esas medidas asumidas para sostener el crecimiento de los niños. Propone sinergias, redes, construcción común de la realidad que la circunda, ya sea con la parroquia, con las asociaciones y entidades del entorno, con los distintos agentes que en el barrio estén.
La esperanza va pegada a la educación, o viceversa. Desde nuestros centros podemos reconocer cómo la escuela es y puede ser testimonio de esperanza para toda persona que se acerque. Esperanza en los alumnos y compañeros, en lo que están llamados a ser, nuestra principal tarea. Esperanza en las familias que con mayor o menor dificultad optan por cuidar y acompañar a sus hijos. Esperanza en la sociedad en la que está inserta, ofreciendo maneras evangélicas de mirar y construir la realidad.
Sí, celebremos el Jubileo de la Esperanza en el mundo educativo, porque tenemos muchos motivos.
Zoraida Sánchez
Departamento de Pastoral de Escuelas Católicas