La celebración anual el 3 de diciembre del Día Internacional de las Personas con Discapacidad fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1992. Un día así provoca en mí una mezcla de emociones, responsabilidad y agradecimiento doble, por un lado para todas las personas con discapacidad, que como ángeles nos regalan vida, y por otro para aquellas que conviven y atienden a este colectivo con buen hacer y generosidad infinita.
La Organización Mundial de la Salud estima que 1.300 millones de personas, es decir, 1 de cada 6 personas sufren una discapacidad importante, y tener discapacidad, además de todas las barreras que provoca para el afectado y para su familia, conlleva cierto estigma social, envejecimiento previo, exclusión social, mortandad anticipada y muchas afecciones, tan difíciles de imaginar, que convierten en este día en algo muy “especial” para este colectivo. Se trata de un reconocimiento y una manifestación social de lo importante que es la atención, de la necesidad de unos presupuestos que reconozcan un trabajo, y la especialización de profesionales educativos y sanitarios que puedan dar la mejor atención y servicio a estas personas tan vulnerables y mágicas. Las desigualdades que se derivan de las condiciones injustas a las que se enfrentan las personas con discapacidad, como la estigmatización, la discriminación, la pobreza, la exclusión de la educación y el empleo, y las barreras a las que se enfrentan en el propio sistema sanitario, son muchas.
Quienes trabajamos en organizaciones educativas que acompañan a centros escolares que escolarizan niños con discapacidad, ya sea en centros de Educación Especial o en modalidades inclusivas dentro de centros ordinarios, vivimos esta fecha como algo más que un recordatorio en el calendario. Es una oportunidad para detenernos, mirar lo recorrido en las aulas y la formación y renovar el compromiso por construir una escuela donde cada alumno encuentre un lugar en el que pueda crecer, aprender y sentirse querido tal como es.
Escuelas Católicas cree en una educación que respete la diversidad, valore la complementariedad y ofrezca a cada estudiante las oportunidades y apoyos que necesita para crecer, es por ello que en su página web se pueden ver materiales de la larga trayectoria de trabajo a favor de las personas con discapacidad en el entorno educativo.
A lo largo de los años he tenido la fortuna de ver cómo la discapacidad no define a una persona, sino que abre infinitas maneras de relacionarse con el mundo. He conocido docentes y personas con discapacidad cuyo modo de comunicar es una mirada luminosa, otros que encuentran en un gesto sutil la manera de expresar lo que sienten, y muchos que, a pesar de desafíos enormes, avanzan con una determinación que inspira a toda la comunidad. En cada uno de ellos se descubre algo nuevo, una lección de paciencia, una invitación a mirar despacio, un recordatorio de que la diversidad humana es mucho más amplia y rica de lo que solemos imaginar.
En nuestra organización educativa convivimos diariamente con dos realidades complementarias, la Educación Especial y la inclusión en centros ordinarios. Ambas tienen su propio valor, su complejidad y su belleza. La Educación Especial ofrece un entorno especializado donde cada detalle, desde la organización del aula hasta la comunicación con las familias, está pensado para que los alumnos reciban la respuesta que necesitan como muy bien he escuchado a una docente y directora de un centro específico. Es un espacio donde la personalización no es un ideal, sino el punto de partida. Allí, los avances, por pequeños que sean, se celebran con una intensidad que difícilmente se encuentra en otros contextos. Cada logro es un mundo, cada paso, una conquista compartida.
Por otro lado, la inclusión en centros ordinarios tiene su propia magia. Cuando un niño con discapacidad entra en una escuela donde comparte aprendizajes con compañeros sin discapacidad, se genera un intercambio humano que transforma a todos. Los alumnos aprenden desde pequeños que no todos caminamos al mismo ritmo, que hay distintas maneras de aprender, que la empatía no es una asignatura, sino una actitud ante la vida. Y en paralelo, los profesores tienen que descubrir nuevas estrategias a favor de la diversidad.
Aun así, no podemos idealizar ni romantizar la realidad, trabajar en especial y en inclusión es complejo. Requiere formación, recursos, coordinación, sensibilidad y mucha honestidad para reconocer que no todos los entornos sirven para todos los alumnos. A veces, la respuesta adecuada está en la Educación Especial, otras en la modalidad inclusiva y, con frecuencia, en un equilibrio que permita transitar de un modelo a otro según las necesidades del niño. Lo importante es que las decisiones se tomen desde el respeto profundo a la persona y desde el convencimiento de que merece lo mejor, sin caer en imposiciones ni modas.
Este día también es un recordatorio de que aún queda camino por recorrer. Persisten estereotipos, barreras arquitectónicas, limitaciones en los apoyos y miradas que reducen la discapacidad a un diagnóstico.
En este día, deseo que sigamos avanzando hacia una sociedad en la que la discapacidad no sea vista como un límite, sino como una expresión más de la diversidad humana. Que cada alumno reciba los apoyos que necesita, en el entorno que mejor le permita florecer. Y que nunca olvidemos que la verdadera inclusión comienza en el corazón, en la capacidad de reconocer el valor y la dignidad de cada persona. Porque cuando miramos la discapacidad con respeto y cariño, descubrimos que todos tenemos algo único que aportar.
Jacobo Lería Hernández
Dpto. de Innovación Pedagógica