¿Sabes? Tengo un sobrino al que quiero con locura. Se llama Mario y tiene 2 años. Es divertido, risueño, perspicaz, dice “te quiero” muy a menudo… y va a la Escuela Infantil de primer ciclo. Mi hermano y cuñada trabajan los dos y muchas veces recordamos la primera semana que dejaron al pequeño al cuidado de otros porque, literalmente, sentían que se les rompía un poquito el corazón. Evidentemente, mi sobrino tras un par de lágrimas los primeros días, se adaptó y va feliz ¡al coleeee! Como dice él, incluso cuando no toca.

Te cuento esto porque creo que es importante plantearnos por qué es importante que vaya a la escuela un niño tan pequeño y qué motivos pedagógicos nos pueden alentar a ello.

De que la educación empieza en casa no tenemos ninguna duda. Son los papás y las mamás los primeros protagonistas en educar a los pequeños y pequeñas de la casa (y los no tan pequeños). De hecho, en muchos de los estudios PISA se valora positivamente que los padres y las madres estén involucrados en los procesos de aprendizaje de sus hijos e hijas en tareas tan sencillas como leerles cuentos.[1]

Sin embargo, bien sea por una apuesta familiar, por necesidades de conciliación, por querer un desarrollo más allá del hogar, entre otros motivos, son muchas las familias que deciden escolarizar a sus hijos e hijas en centros de 0-3.

Existen numerosos argumentos para defender que la escuela de 0-3 años es relevante, educa, acompaña a las familias y tiene un peso específico en la sociedad. Además de las aquí expuestas, vamos a empezar con valorar que los centros educativos de 0-3 poseen un conocimiento y entendimiento de la etapa de manera profunda y que el respeto y el cariño son dos valores que brillan en las miradas de esos maestros y maestras. Con esta premisa clara, dividiremos estas razones en tres grandes bloques: cómo es la escuela de 0-3 años, el desarrollo de las diferentes capacidades humanas en los más pequeños y la escuela como sustento de la sociedad actual.

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Comprometida y profesional: Las maestras y los maestros son una pieza clave del engranaje de cualquier escuela, de cualquier etapa educativa. Cuanto más, si cabe, de esta primera etapa de la niñez. En general, el profesorado de este periodo tiene un hondo conocimiento de las etapas y momentos sensibles de las criaturas que tienen entre sus manos, además de comprender las formas de educar más idóneas para ellos. Los buenos maestros y maestras de Infantil son personas que se implican, que tienen una gran satisfacción personal en su profesión.

Adaptada a la realidad de cada alumno/a: ¿En qué otra etapa se acoge más la pluralidad que en los primeros años de vida? Cada persona tiene unos períodos de madurez únicos. Los momentos en los que el niño o niña puede comer solo, dejar el pañal, gatear, andar, hablar, etc., configuran el proceso madurativo de 0 a 3 años. Y cada uno de nosotros lo hemos hecho en un tiempo diferente. Por este motivo, la escuela sabe que debe adaptarse a cada uno, respetar el ritmo propio del niño y aconsejar a la familia sobre cuándo es mejor iniciar los procesos de autonomía personal de cada niño.

Innovadora: Las escuelas de 0-3 cuentan con un gran repertorio de herramientas pedagógicas para el desarrollo del alumnado. Empezando por el juego, el respeto a los ritmos naturales del alumnado ya nombrado, la experimentación, el trabajo de la curiosidad y la creatividad infantil y, por supuesto, de la autonomía. Esta autonomía personal que vamos adquiriendo a lo largo de toda la vida, comienza en la más tierna edad: desde saber coger una cuchara o ponernos una pieza de ropa hasta conquistar la autonomía y libertad adulta.

En definitiva, la escuela infantil ofrece un entorno seguro y rico que facilita el conocimiento y comprensión a las familias para acompañarlas en la socialización de sus hijos e hijas, su inclusión en el ambiente escolar y para armonizar el desarrollo integral de los infantes.

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Mucho se habla de la importancia de la Neuroeducación. Y también es sabido que en el transcurso de los 0 a los 6 años de edad, las personas pasamos por un período sensible de aprendizaje, de conexiones neuronales sobre las que se sustentan, posteriormente, muchas de las capacidades que tenemos de adultos.

No debemos olvidar que, en esta etapa, se inician los procesos básicos como la lectoescritura o el cálculo. Desde que nacen, los niños muestran pensamiento matemático por las interacciones que tienen con su entorno. Muchos expertos (Clements, 2004; Clements y Sarama, 2009; Fuson, Clements y Beckman, 2009) y organismos americanos como el Consejo Nacional de Profesores de Matemáticas, la Asociación Nacional para la Educación de la Primera Infancia o bien el National Research Council mantienen la idea de que los niños adquieren conocimientos matemáticos informales antes de los 3 años (NAEYC y NCTM, 2013; NRC, 2014).

Y también pasa con los procesos del habla y de lectoescritura. Desde pequeños somos capaces de hablar. Y también de leer y escribir. Sí. Tenemos esa capacidad de decodificar imágenes (es decir, estamos leyendo que en una cruz verde hay una farmacia) o que desde que tenemos 2 años hacemos trazos para expresarnos. Es decir, el niño ya posee un conocimiento sofisticado de la lengua en muchos ámbitos y el proceso del habla y de lectoescritura se va haciendo consciente en este período. La escuela infantil lo sabe y por eso presta atención para que, por ejemplo, el momento de la lectura del cuento sea un espacio primordial; o la presentación de imágenes para la expresión oral. A través de la audición, los niños y niñas van adquiriendo habilidades lingüísticas y se trabaja su pensamiento.

Desde esta perspectiva, la escuela y la familia son quienes pueden proporcionar a los niños y niñas herramientas para construir este pensamiento matemático y lingüístico. La escuela infantil, por definición, es un lugar rico en estímulos, en experiencias que van fraguando y sustentando el aprendizaje de cuestiones básicas para el aprendizaje. Y por qué no decirlo, lejos de las pantallas que nos rodean incluso a la hora de comer, a nosotros y a los niños.

Con estas ideas no me refiero a una hipereducación de nuestros pequeños como apunta L’ecuyer (2012) en la que los niños y niñas se ven presionados a pasar por sus etapas cognitivas y afectivas rápidamente para ser “superniños”. No, me refiero a que en estas etapas se vive un período interesante que los maestros y maestras conocen y que pueden ayudar al niño y a su familia a desarrollarse, respetando el ritmo de cada uno.

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El arte, la creatividad y el juego son tres elementos que, bien trabajados, suponen un desarrollo del niño o la niña en una perspectiva amplia.

Con respecto al arte y la creatividad, no solo pensemos que los alumnos en la escuela infantil pintan, colorean, dibujan… También están desarrollando hábitos mentales como la visualización (antes de plasmarlo en la realidad, pasa por sus cabezas la idea que tienen), observación (necesitan mirar, percibir tanto su entorno como lo que están creando), la propia expresión (teniendo nuevos canales de comunicación no necesariamente verbales) o la reflexión en algunos casos (pueden ir observando cómo crean sus obras y evaluando el proceso). Autores como Malaguzzi, con la potenciación del atelier, o Francesco Tonucci nos recuerdan que los niños son capaces de hacer valoraciones de los objetos del entorno, representarlas, usarlas para jugar, para crear arte. También la música es pieza clave en este período porque es evidente que potencia su desarrollo integral. La escuela puede, en ese sentido, hacer que el alumnado viva el sonido y la música, la escucha sonora, el canto, la ejecución de instrumentos y acompañar al movimiento corporal con la música.

El juego, por su parte, es el componente más lógico, natural y esencial de la etapa infantil. Citando de nuevo a Catherine L’Ecuyer en su maravilloso libro de Educar en el asombro, nos ilustra expresando que “la infancia es una época de preparación, en la que jugando se aprende a pensar, y se estructura la cabeza. Luego la amueblaremos (L’Ecuyer, 2012, p.105). Las ideas de Perkins (2018) también apuntan a que el aprendizaje pleno se debería parecer a jugar. El conocimiento y las prácticas complejas se pueden hacer accesibles a las personas, en este caso a los alumnos más pequeños, si pensamos en términos lúdicos: jugando el juego completo, haciendo que valga la pena, esforzándonos en las partes complicadas, jugando en campo contrario, descubriendo el juego oculto, aprendiendo a jugar en equipos y aprendiendo el juego de aprender.

¿Y dónde se ven el arte, la creatividad y el juego en esta etapa? En estas edades y, en concreto, en la escuela infantil se pueden ver en el momento de la acogida, en las canciones y cuentos, en el trabajo por rincones en el aula, en talleres de teatro, en momentos de manipulación y experimentación, en la potenciación de las metodologías multimodales, en los proyectos de investigación que trabajan la curiosidad… ¡en todos lados! Porque la escuela infantil es un lugar mágico de crecimiento en el que los niños y niñas se van haciendo fuertes, autónomos, curiosos mediante el juego, el arte y la creatividad.

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Otro de los grandes factores que debemos señalar es el desarrollo psicomotriz de los alumnos. El cuerpo manda en esta etapa. Hasta que no ha llegado un momento crítico de aprendizaje, no sabemos gatear. O caminar, o articular sonidos de manera adecuada. ¿Quién va a mandar, si no, que el propio cuerpo cuando tenemos esta edad? Por eso, se hace indispensable un desarrollo equilibrado de las capacidades motrices de los niños y niñas. Las escuelas y profesionales de la etapa de 0-3 años lo saben y, por ello, cuentan con programas para ello. No es raro encontrarnos con proyectos de psicomotricidad estructurados, como el del Glenn Doman, o que, simplemente, las escuelas infantiles de 0-3 saben la importancia del gateo, el arrastre, la braquiación y del libre movimiento para descubrir el entorno y poder desarrollar su físico y su mente.

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Desde el punto de vista emocional, los niños y niñas de 0-3 viven un periodo intenso emocionalmente hablando. De ahí las expresiones como “los terribles dos” o las famosas “rabietas”. Los secuestros o tormentas emocionales son muy habituales: ya bien sea por alegría, ira, sorpresa… los niños en esta edad no están preparados para tomar distancias y hacer un uso racional de las emociones. Sienten, y ya está. Sin filtros, con intensidad[2]. Por este motivo, el aula de Educación Infantil crea un ambiente de aprendizaje y de comprensión emocional en el que no se tiene prisa porque se pare la “rabieta” sino que se intenta acoger y acompañar todas las emociones (también las de la alegría o sorpresa) para que cada persona vaya creando una buena regulación emocional en la medida que puede según su estado evolutivo. Todo esto depende del vínculo de los maestros con los alumnos, de los vínculos de los niños entre sí y del clima que nace de estos dos.

No solo con la familia y los docentes se relacionan los niños. También entran en juego los otros niños y niñas de la clase, del centro. Para algunos, esto supone el primer contacto con sus iguales más “iguales”. Puede que tengan hermanos y, salvo que se trate de gemelos o mellizos, no son de la misma edad. Para otros, puede que sean los únicos niños en casa.

De los vínculos sociales y emocionales necesitaríamos hablar con más extensión, aunque no queremos dejar de señalar que la gran mayoría de las escuelas infantiles abogan por un estilo educativo democrático; es decir, firme pero amable. Este estilo educativo es el más respetuoso con la persona, lejos del estilo negligente, permisivo o autoritario. El estilo democrático enraíza sus ideas en la disciplina positiva que Jane Nelsen y Lynn Lott han desarrollado y dado a conocer basándose en la psicología individual de Adler y Dreikus[3].

Es sabido que la mediación de los adultos, sean los padres o educadores, de una manera calmada, comprendiendo lo que están pasando y sabiendo poner el límite, ayuda a los pequeños a ir autorregulando sus emociones y a ver en los adultos modelos de conducta seguros.

Como conclusión a estos aspectos, ya vemos que la escuela de 0-3 años es potenciadora de los aprendizajes señalados. Tal y como señala Alberca (2013) citando a Havighurst, los niños y niñas se sienten estimulados cuando en la infancia aprenden a:

caminar,

tomar alimentos,

expresarse oralmente,

ir al baño,

saber las diferencias de sexo y modestia sexual,

conseguir estabilidad psicológica,

formar ideas de la realidad,

saber relacionarse con uno mismo, con sus padres, hermanos y otras personas,

saber qué es bueno y qué es malo.

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Estoy convencida de que tener claros estos hitos y saber trabajar en equipo, escuela infantil y familia, redunda en una infancia sana y en una crianza respetuosa.

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Las escuelas infantiles suponen un pilar fundamental de la sociedad. No solo por el desarrollo básico de los niños y niñas que entran cada día a la escuela, sino porque la situación laboral de los progenitores y, en muchos casos, el propio desarrollo profesional de los padres y las madres, hace que confiemos cada vez más en personas e instituciones preparadas para esta labor preciosa de educar a los niños en una etapa clave de sus vidas. En una encuesta dirigida a personas en edad laboral se pone de relieve que el 62,4% de las personas que utilizan un servicio externo para la conciliación de la vida laboral y la vida familiar apuestan por una guardería o escuela infantil[4].

La escuela infantil de calidad alimenta al sistema educativo y de la cual se obtiene un beneficio en relación a la equidad y a la igualdad de oportunidades para los niños. Por eso, la sociedad, todos y cada uno de nosotros, personas responsables de la educación, deberíamos facilitar el acceso a este periodo educativo de 0-3 que se configura como un recurso de apoyo para la conciliación familiar y la equidad en la infancia y en las familias.

Es cierto que existen muy pocos estudios nacionales e internacionales que pongan de relieve y saquen a la luz las buenas prácticas que realizan los centros de Educación Infantil de 0-3. Por esto, debemos seguir indagando sobre los motivos por los que alentar esta etapa esencial en nuestro tiempo.

Los centros escolares de 0-3 años pueden sacar el potencial de cada niño, de cada niña con su buen hacer, desarrollando buenas metodologías, utilizando materiales y recursos adaptados a ellos y, por supuesto, velando por la infancia, nuestro mayor tesoro.

Aquí se han expuesto algunas de las razones para apostar por la escuela de 0-3. Razones que sé que mi sobrino Mario está experimentando en su crecimiento. Y sé, al igual que sus padres, que la escuela en esta etapa le ayudará a convertirse en el hombre que será en el futuro. Una escuela que apuesta por la autonomía y la autodeterminación de los niños y niñas, por respetarlos en sus diferentes ritmos y que apoya su desarrollo integral. Sigamos apostando por estos centros, sigamos apostando por la corresponsabilidad entre familia y escuela, sigamos apostando por la buena educación.

[1] Ideas extraídas de: OECD (2014). ¡Vamos a leer un cuento! El papel de los papás y las mamás en la educación. Guanajuato: Universidad de Guanajuato. https://doi.org/10.1787/9789264224896-es.

[2] Gueguen, C. (2020). Repenser l’éducation à la lumière des neurosciences affectives et sociales. Educadores: Revista de renovación pedagógica, (274), 40-49.

[3] https://disciplinapositivaespana.com/

[4] Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades (s.f) Observatorio Conciliación de la vida familiar y la vida laboral: situación actual, necesidades y demandas. Extraído de https://www.inmujer.gob.es/observatorios/observIgualdad/estudiosInformes/docs/007-conciliacion.pdf

Bibliografía

 

Akoschky, J., Masmitjà, P. A., Gómez, M. D., y Hayes, A. G. (2008). La música en la escuela infantil (0-6). Barcelona: Graó.

Alberca, F. (2012). Todos los niños pueden ser Einstein. Córdoba: Ediciones Toromítico.

Del Pozo, M. (2011). Inteligencias Múltiples en acción. Educación Infantil en el Colegio Montserrat. Barcelona: Tekman books.

Ibarrola, B. (2014). Aprendizaje emocionante: Neurociencia para el aula (Vol. 5). Madrid: Ediciones SM.

L’Ecuyer, C. (2013). Educar en el asombro. Barcelona: Plataforma.

Malaguzzi, M. (2001). La Educación Infantil en Reggio Emilia. Barcelona: Rosa Sensat Octaedro.

Mendioroz, A. M. y Rivero, P. (2018). Componentes y dimensiones que caracterizan una buena praxis en Educación Infantil (0-3 años). Revista de Investigación Educativa37(1), 217-230.

Moreira, M. S., Almeida, G. N., y Marinho, S. M. (2016). Efectos de un programa de Psicomotricidad Educativa en niños en edad preescolar. Sportis: Revista Técnico-Científica del Deporte Escolar, Educación Física y Psicomotricidad2(3), 326-342.

OECD (2002). Understanding the Brain: Towards a New Learning Science. París: OECD Publishing. https://doi.org/10.1787/9789264174986-en.

Perkins, D. (2018). Hacia el aprendizaje pleno. Siete principios de la enseñanza que pueden transformar la educación. Pamplona: Polygon Education.

Mir, M. L., Fernández, V., Llompart, S., Torres, M., Soler, M. I. y Riquelme, A. (2012). La interacción escuela–familia: algunas claves para repensar la formación del profesorado de Educación Infantil. Revista electrónica interuniversitaria de formación del profesorado15(3), 173-185.

 

Abstract

Why should children as young as 0 to 3 years old attend early childhood education? Even though parents are the main educators at that stage, there are multiple reasons why many families decide to enrol their children in nursery school. The author puts forward some of the reasons that may compel families to do so. The nature and characteristics of these schools are a strong motivator, as they provide a professional approach based on the developmental stage of each age (cognitive, emotional, motor), in an innovative, safe and caring environment. Early education also plays an important role in terms of social equity, bridging the gap for those with the strongest needs, and offering relief to working parents.

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